lunes, 14 de marzo de 2011

Adivina, adivinador...¿qué es lo qué soy?



ACTO I
En la cocina había mucho calor, yo estaba exhausta, me movía brusca y ágil, con las pinzas saque la langosta que estaba preparando, ésta parecía seguir estando viva. Toda esa cocina tenía un ambiente amenazador y el calor insoportable junto con la humedad y la horrible sensación de que mañana volveré a encerrarme en ese sucio departamento me erizaba cada vello de mi dura piel. Oí que el picaporte giraba, no tenía mucho tiempo, tomé un cuchillo lo escondí a mis espaldas. Mi esposo entró emboado por el olor de la comida se acercó a saludarme, alcé sobre mi cabeza el cuchillo y lo dejé caer con todas mis fuerzas sobre el pecho de mi amado, aún teniendo los brazos extendidos.

ACTO II
Estaba completamente obscuro, ¿dónde me había metido? Todo por donde me movía era suave, una que otra parte peluda, otras frías parecidas a una piel áspera, pero encontré un lugar caliente, me metí entre dos capas de superficie lisa y suave. Ahí en plena obscuridad deslizándome entre las sensaciones  de caricias que me proporcionaba el escondite que había escogido, me daba una sensación irreal semi embriagadora. De repente un rechinido horrible invadió el lugar y una luz amarilla de lo más intensa me sacó bruscamente de mi ensueño, una mujer hermosa y gigante estaba parada frente a mí, no me había visto. Ella lucía más o menos de mi edad, tal vez era mayor. Después de pasar la mirada detalladamente en todas las esquinas de aquella caverna inmensa. Era bellísima todos mis pares de ojos estaban encima de ella, tomó mi escondite y metió ambas piernas dentro de él. Yo quedando frente a la situación no tuve ninguna opción. Les juro por mi vida que no era mi intención matarla.

ACTO III
No había nada alrededor, tal vez solo unos cuantos arbustos y algunos miserables escondidos de mí. El sol era intenso, mis ocho patas estaban cansadas de buscar. La arena la sentía cada vez más pesada. De repente una sombra gigante cruzó el suelo, dio unas vueltas, seguido se escucho el chillido de un millón de demonios y la sombra estaba encima de mí. Unas garras gigantes me arrancaron del suelo, el miedo me atravesó el alma; me aplastaron el cuerpo y me arrancaron la cabeza. Las plumas caían sobre mis restos y no estuvo tan mal. 

por Jorge Hidalgo

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